Fermín es un niño como otro cualquiera, pero tiene un problema: siempre está perdiendo cosas. Eso le ocasiona bastantes disgustos con su familia, donde no dejan de compararlo con su hermano: su hermano es muy ordenado y nunca pierde nada. Un día, después de estar gritando muy fuerte porque los mayores no le dejaban entrar en el campo de baloncesto, descubre que ha perdido su voz. No puede hablar con sus amigos, ni defenderse en casa cuando le regañan. Cuando todos están durmiendo, la voz comienza a gritar y culpa a sus padres de no quererle por perder cosas y de ser injustos con él. A la mañana siguiente Fermín puede recuperar su voz, agarrándola en un descuido. Pasa un día formidable, porque su madre le prepara su desayuno favorito y le llevan al parque de atracciones. Además, nadie le regaña por seguir perdiendo cosas, aunque él pone mucho cuidado en no hacerlo.
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