En su poesía, Jaime Sabines habla de lo que en general sucede cotidianamente a un hombre en su vida o en su mera sobrevivencia: caminar las calles hermosas o feas de su ciudad, observar a las personas de toda índole en los parques públicos, ir al bar o a la cantina a beberse hasta la marca del ron, comer en restoranes habituales con los amigos, buscar y amar mujer, emocionarse con el nacimiento de los hijos, irritarse con las enfermedades que llegan, enfrentar con incomprensión y horror la muerte de los seres más próximos, descubrir en los hechos ordinarios el odio o la maldad o la ternura de uno mismo, o bien ir sobrellevando la sucia vida "pendiente sólo de la pierna que duele, de la hora de ir al trabajo, de la acidez, del dinero gastado, de la hora de acostarse", en suma, deslumbrarse con la llama de los días de fuego o recoger con los dedos la ceniza de los días inútiles. En Sabines se extreman el resplandor vital y la visión de la destrucción de las cosas y las personas.
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