Luis de Vargas, joven seminarista, vuelve a casa para pasar las últimas vacaciones antes de ordenarse. Se encuentra con Pepit Jiménez, joven viuda guapa, prometida a su padre. Pronto el joven seminarista comprende que su pasión por la joven es más fuerte que su vocación sacerdotal. Luis presume de la firmeza de su vocación, de haber elegido a dios, de no tener pasiones que vencer... Pero la aparición de Pepita supone un correctivo a tanto orgullo: "Por lo general, los hombres solemos ser juguetes de las circunstancias... ¿Qué pensaría él de sí mismo, si el ideal de su vida, el hombre nuevo que había creado en su alma, si todos sus planes de virtud, de honra y hasta de santa ambición se desvaneciesen en un instante, se derritiesen al calor de una mirada, por la llama fugitiva de unos lindos ojos como la escarcha se derrite con el rayo débil aún del sol matutino?"
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