Pasolini sabe que el escribir cartas se trata no tanto de un reclamo como de una demanda: una demanda de amor (y de verdad) que, como tal, no tiene satisfacción posible o la tiene en un registro completamente diferente al del pedido: el registro del don, el registro de la ascesis o el registro del arte, que (como han señalado la mayoría de los comentaristas de su obra) muchas veces se confunden. Gracias a estas cartas, lo que hay de sagrado y de puro en el arte de Pasolini y la fragilidad de su conciencia nos alcanzan, nos tocan, nos involucran, nos contagian.
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