Una célebre sentencia de Hegel otorgaba a la filosofía el cuidado de comprender su propio tiempo a través del pensamiento. Según Marramao esta responsabilidad, característica de la época moderna, no es hoy homologable a otros saberes y, tanto menos podría cederse a quienes se proclaman depositarios de los datos de los sentidos. No obstante, el precepto hegeliano tiene que ser pensado por fuera de los estatutos privilegiados y de las lógicas de supremacía: si responsabilidad –lo ha enseñado el último Derrida significa responder a algo en lugar de responder de algo, entonces, dejarse interpelar por el presente significa intensificar el tenor dialógico de la reflexión y posicionarse de otro modo, como interrogante. Es desde un nuevo y desestabilizador vértice óptico que Marramao observa los movimientos accidentados y los equívocos de la mundialización, sus rigideces identitarias y sus patologías temporales, sus falsas alternativas (absolutismo/relativismo) y sus polaridades inmóviles (Oriente/Occidente, en primer lugar). Las categorías del derecho y de la humanitas, que son universales y que universalizan, son irrenunciables, y al mismo tiempo, inadecuadas y sólo adquieren de nuevo fuerza cuando pueden ser ubicadas en tensión con las experiencias emocionales del valor y las retóricas en el momento del relato de sí, que debe ser restituido como estatuto conceptual. Desde la singularidad con su cuota de irreductibilidad, y no desde la identidad con sus diferentes configuraciones comunitarias, estatales, étnicas o lingüísticas, se necesita partir para delinear una esfera pública global que se reconozca en el único universalismo no homologable, el universalismo de la diferencia.
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