«A veces se siente atrapado por una nostalgia anticipada de su tierra. En el lugar más hermoso de la RDA, lleva una vida de lo más cómoda, el dinero le alcanza, puede nadar cuando le apetece, navegar, leer, caminar o ligar con una chica. En el oeste nunca lo tendrá tan bien como aquí. Nunca. ¿Por qué estar al acecho de un viento apropiado que permita la huida del paraíso? ¿Por qué jugarse la vida si no hay nada más hermoso? No le falta nada, excepto el resto del mundo. Nada, excepto un objetivo, Italia. Nada, excepto el segundo objetivo, regresar de Italia a Hiddensee y a Rostock y a Dresde y poder decir a sus amigos: "Ey, ya estoy aquí, de vuelta de Siracusa".»
En el verano de 1988, Paul Gompitz, camarero de Rostock, zarpó con su velero hacia Dinamarca dejando atrás Hiddensee, isla norteña de la por entonces República Democrática Alemana. Había esperado una noche propicia y unos vientos favorables para franquear por mar la frontera de la RDA y alcanzar las costas occidentales como hicieron otros muchos antes de él. Sin embargo, el caso del camarero de Rostock gozó de cierta repercusión en la prensa occidental, porque a diferencia de sus compatriotas huidos, Gompitz no manifestaba la intención de huir hacia la libertad de Occidente. A Gompitz no le resultaba insoportable la vida en el Este. Su temeraria travesía, planeada durante años, debía llevarlo a Trieste, y en último término a Siracusa, emulando el viaje que su adorado Seume inmortalizó en "El Paseo a Siracusa en el año 1802": quería recorrer Italia, admirar su arte y arquitectura, gozar de su música, pasear por sus bellas ciudades, y luego volver a Rostock. En El paseo de Rostock a Siracusa Friedrich Christian Delius reconstruye con admirable meticulosidad e inteligencia la peripecia de Paul Gompitz a fines turístico-culturales, «huida para volver», que puso en entredicho no sólo el sistema político en el que se gestó, sino también el «mundo libre», cuyas leyes no pudieron preverla.
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