Cosecho mariguana en el norte de California. Soy mexicana, tengo cuarenta años y una hija adolescente que se quedó allá, en México, con sus abuelos. Solía ser bailarina, luego maestra de danza, después no alcanzó el dinero. Ahora esto. Limpio y empaqueto mariguana de la mejor calidad en Estados Unidos. Es un trabajo ilegal, dicen. No lo sé. Pagan y eso es suficiente. Todo trabajo que se realiza por dinero es algo inmoral, como el dinero mismo. Trabajar no es más que vender el cuerpo y el cuerpo es vida, o sea, tiempo. Entonces una alquila su tiempo y, a la larga, su vida. Es perverso. Dar clases, cambiar llantas, ser diputado —ellos dicen legislar—, cosechar mota. Todo ocupa tiempo y, con suerte, es retribuido con dinero. ¿Hacer hamburguesas en un Mc Donald's es legal? Pues ¡qué asco! Dejé a México, es cierto, pero él me dejó primero. Me expulsó. No le guardo rencor. Por el contrario, pienso reconquistarlo de la única manera posible: con dinero. Para eso estoy aquí, sobándome el lomo como campesina, lo que ahora soy; hiriéndome las manos con estas pinches tijeritas y lejos de mi hija. Soy mujer, soy mexicana, tengo cuarenta años, trabajo en la cosecha de mariguana en California y no creo acabar presa. No lo merezco.
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