«No he sentido una emoción parecida en mi vida. Todos los medios de comunicación pronosticaban un Cónclave largo. Y en cambio al llegar al voto 77, miré a mi vecino de la Capilla Sixtina y le dije: “El Espíritu Santo no lee los periódicos”. Me quité el reloj de la muñeca y miré esa hora histórica: 17,28». Pocas horas después de haber dejado el Aula del Sínodo, el cardenal Francés Paul Poupard, de 82 años, reanuda los hilos de la memoria para describir la «elección rápida» de Benedicto XVI. «Durante los funerales de Karol Wojtyla, el decano Ratzinger levantó un brazo hacia la ventana del estudio papal para llamar su presencia espiritualmente, allí me di cuenta de que el cónclave había terminado todavía antes de iniciar» explica el exministro vaticano de Cultura y Diálogo Interreligioso, purpurado desde 1985 y conclavista en el 2005. «Es imposible describir las sensaciones verdaderamente únicas de los momentos vividos ante el Juicio Universal de Miguel Ángel».
Aunque el papa no es toda la iglesia, no hay Iglesia sin él, y es papa para toda la Iglesia, de quien es hijo, rodeado por una multitud de hermanos. El sucesor de Pedro, piedra sobre la que Cristo edificó su Iglesia, debe confirmar a sus hermanos en la fe, ser roca inquebrantable y la argamasa de la unidad.
En dos mil años de historia, los defectos no han faltado y las vicisitudes se han multiplicado en una institución combatida desde fuera, impugnada desde dentro, metida en lo temporal hasta el escándalo, pero en la que nunca se ha debilitado el apego de fe de los creyentes convencidos de la perennidad de las promesas indefectibles de Cristo a Pedro.
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