Mizoguchi es un joven poco agraciado, lo que lo ha convertido en un ser solitario, taciturno y acomplejado: el mal y lo trágico invaden sus pensamientos. Su única fascinación es el Pabellón de Oro de Kioto, del que su padre, monje budista, le ha hablado como la encarnación de la suprema belleza. Tras su muerte, Mizoguchi entra como novicio en dicho templo. Se pasa el tiempo admirándolo: es su único objeto de deseo, su obsesión.
Pero cuando despierta en el la sensualidad, esta belleza suprema se va a interponer en sus relaciones amorosas y le va a impedir tener otras admiraciones o afectos, convirtiendose en un obstáculo para la vida de verdad. En El Pabellón de Oro Yukio Mishima regresa a algunos de sus preocupaciones recurrentes: la pugna entre la belleza y su destrucción, entre la vida y la muerte, entre eros y tánatos; entre el nihilismo y la aceptación de lo irremediable, reflejo del Japón, a su parecer, decadente y humillado tras la guerra.
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