Después de naufragar, ya con las esperanzas perdidas y cansados de rogarle a Dios un milagro, un grupo de hombres llega a una isla, donde, en primera instancia, reciben una negativa ante su inminente desembarque, en un rollo de pergamino-escrito en hebreo y griego antiguos, en latín escolástico y en español-. No obstante, luego de hacerles jurar por Dios que, en un periodo de 40 días, no habían asesinado a nadie y que eran cristianos, fueron aceptados como huéspedes en la Ciudad, no sin antes ofrecerles un espacio de tiempo y los remedios necesarios para la sanación de los enfermos. Pasaron algunos días en los que se dedicaron a sanar y a conocer la ciudad. Fue el máximo sacerdote quien les contó todo acerca de la ciudad, de la encomienda que les había hecho Dios de elevar lo más posible la condición humana en su sociedad. El relato finaliza con un catálogo de las ciencias cultivadas en la Nueva Atlántida.
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