En La novela blanqueada. El doctor Zhivago de Pasternak entre el KGB y la CIA, Iván Tolstói cuenta, a través de hechos reales, una historia de intriga entre los soviéticos y los «occidentales»: Durante años la cultura occidental iba entrando en la Unión Soviética; gota a gota se filtraron la Coca-cola, los bolígrafos, el chicle con sabor a frutas, las revistas pornográficas, los tejanos azul marino, los vinilos negros que volvían locos con su jazz, el alcohol exótico y los cigarrillos que tan rápido se consumían. Pero, también entró un sueño de libros occidentales no leídos, las ciudades no visitadas, las películas no vistas, la libertad política y artística. Rusia llevó consigo este Occidente soñado cerca de treinta años, desde finales de los cincuenta hasta la perestroika. Desde el poder se trató muchas veces hacerlo abortar y fue golpeado, asfixiado, envenenado y violentado. ¿Cabe sorprenderse de que a resultas de ello naciera un extraño engendro al que odiarían todos aquellos que habían soñado con él? Borís Pasternak también soñaba, soñaba apasionadamente con enviar su novela El doctor Zhivago al Occidente, a manos seguras eso creía él, con la esperanza de que la gente, no corrompida por el bolchevismo, aún recordaba las normas de comportamiento, la antigua e inquebrantable ética, y respetara el trabajo y la libertad del artista.
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