Todo acontece la noche del 5 de abril de 1994, poco antes del suicidio de Kurt Cobain —el famoso vocalista de Nirvana— en su casa de Seattle. Kurt está vestido con una pijama de franela. Se inyecta heroína en un brazo. Cuando acaba tira la jeringa en un bote de basura. De pronto se levanta, va por lápiz y papel y escribe su nota suicida. Siente dolor de estómago. Va por una escopeta Remington, la carga, se la pone en la frente y está a punto de jalar el gatillo cuando una luz ilumina la habitación. Aparece la silueta de Frank Sinatra. Lo alumbra un seguidor. En una mano trae un vaso de Jack Daniel’s y en la otra un micrófono con el que canta “The Best Is Yet To Come”. Su sombra es inmensamente larga. Kurt no puede creer lo que ve. Retira el cañón de su frente y se queda estupefacto hasta que Frank acaba de cantar. Éste es el comienzo de No te preocupes, ojos azules, un encuentro extraordinario, un delirio armado con una inteligencia sorprendente, donde dos grandes de la música popular norteamericana se reúnen para confrontar su visión de la vida. El choque va más allá y toca la confrontación de generaciones distintas, sentidos de la vida y del arte. El final evoca aquel lugar común —renovado una vez más por la maestría de esta obra— que nos hace decir: “dicen que cuando te vas a morir recuerdas todo como una película”. El escopetazo, como bien saben los fans de Cobian, cimbró a todo el mundo de la música ese 5 de abril de 1994.
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