¿Qué tienen en común estas seis mujeres, aparte de haber vivido en un mundo y una época extraordinarios? ¿Qué hay detrás de la imagen sofisticada de Nancy Cunard, del gesto alocado y provocador de Kiki de Montparnasse o de la mirada penetrante de Joyce Mansour? Se las conoce más como acompañantes de los protagonistas masculinos de su tiempo —Man Ray, Max Ernst, Samuel Beckett, André Breton, T.S. Eliot o Jean Cocteau, entre otros— que por sus propias obras. Sin embargo, fueron mucho más que un nombre en un pie de foto o una cara hermosa que adornaba las fiestas y los salones literarios. Alentaron y promocionaron a escritores aún desconocidos, impulsaron la obra de artistas emergentes, algunas eran escritoras y pintoras por derecho propio y las que tenían fortuna la gastaron en financiar la obra de sus amantes, amigos y protegidos.
Todas ellas fueron musas a la manera clásica, inspiradoras de artistas y escritores, pero fueron también las primeras musas de la modernidad debido a su papel activo y relevante en el movimiento surrealista, uno de los puntos de inflexión en la historia del arte del siglo XX. El relato de sus vidas, apasionadas y apasionantes, que aspiraban a ser obras de arte en sí mismas, nos transporta a un mundo insólito cuyo epicentro era la creación artística.
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