En el primero de sus famosos casos, el capitán Florindo Flores se enfrenta a una serie de cadáveres del más célebre de los semiólogos italianos —barriga generosa, gafas y barba— que bajan flotando por las aguas del Po. Tiene ganas de jubilarse, de plantar un huerto "para sembrar lechugas, rábanos, criar tomates y habas" pero es todavía pronto para dejar el tajo. Debe bregar antes con el rompecabezas absurdo de unos apuntes de literatura que vuelan, un enterrador siciliano que no precisa de instrucciones y sillas de ruedas que pasan arriba y abajo. ¿Novela policíaca? Buga. Decía bien el personaje de Leonardo Sciascia al afirmar, rotundo, que el italiano no es el italiano sino propiamente la inteligencia. ¿Cómo no iba a gustarte, impagable lector?
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