Tommaso Campanella (1568-1639) es una de esas figuras cuya vida parece extraída de una novela. Hijo de un calabrés analfabeto, ingresó en la orden dominica y se convirtió en un filósofo de fama internacional.
Escribió una vasta y densa obra cuya mayor parte pudo redactar gracias a su prodigiosa memoria durante los treinta años que pasó en las prisiones de Padua, Roma y Nápoles por herejía. En prisión, escribió, con un aplomo sorprendente, cartas a los sucesivos papas, cardenales influyentes, reyes de España, archiduques austriacos y también a Galileo. Su fama como conocedor de las estrellas hizo que en Roma se le acogiese con respeto al salir de las cárceles napolitanas convirtiéndose en el astrólogo confidencial de Urbano VIII, que temía una muerte cercana pronosticada por un horóscopo desfavorable. El papa, forzado por la coyuntura religiosa de la época, no pudo continuar prestándole apoyo y facilitó su huida a Francia. Durante los últimos años de su vida, Campanella fue el consejero de Richelieu para los asuntos italianos. Su última intervención pública consistió en hacer el horóscopo del delfín que acababa de nacer, el futuro Luis XIV.
Un personaje así, autor a la vez de La ciudad del sol y de una Apología de Galileo, profeta milenarista y enemigo de Aristóteles y de Maquiavelo, constituye un enigma, sobre todo si se tienen en cuenta sus cambios de opinión y las sombras que aún persisten sobre su personalidad. ¿Quién era realmente? ¿Qué pensaba de verdad? ¿Habremos sido capaces de escrutar el fondo de su alma y de sus doctrinas?
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