En 1857, Tolstói asiste por casualidad en París a una ejecución pública. Aquel hecho, trivial en la época, supuso para el escritor la caída de un velo. Ese mismo día escribe a un amigo, le relata el terrible espectáculo y concluye: «La verdad es que el Estado es una conspiración diseñada no sólo para explotar, sino sobre todo para corromper a sus ciudadanos. De ahora en adelante, nunca serviré a ningún gobierno en ninguna parte». Había nacido un nuevo Tolstói. Pero el camino será largo. Cuatro años después, visita al gran pensador anarquista Pierre-Joseph Proudhon, exiliado en Bélgica. Ambos pasan noches enteras hablando. Bajo su influencia, Tolstói regresa a Rusia y decide asentarse en el campo, donde acaba de abolirse la servidumbre, en busca de una vida más honesta y con un mayor compromiso social. Sin embargo, un día regresa a Moscú. Y lo que encuentra allí supera to do lo imaginable. Es un viaje al otro lado de la realidad. Es el viaje que se cuenta en este libro y que convirtió al gran literato que había sido hasta entonces en el intelectual revolucionario que fue hasta su muerte. Un libro-bisagra. Un libro-dinamita. Como un fantasma incrédulo, Tolstói nos cuenta su recorrido por los barrios más pobres de la ciudad, las viviendas obreras, los hospicios, los asilos y los arrabales. Su conciencia social toma por primera vez forma: el dolor, el sufrimiento y la injusticia innombrables que contempla hacen masa con su propia carne.
Al principio, nos relata, el despertar de esa nueva conciencia le llevó a torturar a sus amigos para obtener de ellos dinero para los más desfavorecidos. Pero poco a poco fue interiorizando un análisis mucho más radical: su aportación no podía centrarse en obtener limosnas, sino en ofrecer una teoría perfectamente sólida y capaz de avalar una transformación completa de la sociedad que hiciera auténtica justicia para todos los seres humanos. Así la dejó escrita en este libro y hoy sigue siendo tan válida o más que entonces.
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