«Ante los tres arcos de entrada a la iglesia, hoy no arden los tres fuegos rojos que de vez en cuando se encendían en la primera iluminación. Sólo bajo el tejado del campanile brillan bombillas rojas invisibles. La plaza, iluminada cual si fuera de día, con el cielo como pegado a ella en un tono de negro profundísimo. Uno cree estar en una ciudad convertida de pronto en una sala. La gente vaga en esa claridad tal como sucede en una fiesta [...] De vez en cuando, todas las bombillas se apagan por unos segundos. Hay como un murmullo de tristeza que atraviesa la plaza; como hay un sonoro griterío cuando todo se enciende nuevamente». W. B.
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