En su casa de Kersko, cerca de Praga, Hrabal se recluye para escribir y cuidar de sus gatos, entre los cuales su favorito es Autícko. Los gatos marcan el ritmo cotidiano con sus juegos, su deseo de retozar, el horario de sus comidas. Y Hrabal se entrega a ellos con una ternura excepcional. Pero cuando los gatos empiezan a reproducirse en exceso, el autor ya no tiene tiempo para trabajar ni para dormir. Se ve obligado entonces a tomar medidas para preservar un equilibrio en la colonia, y es cuando sufre y se odia a sí mismo, pues sabe que a pesar de su amor por estos gatitos debe matar a una parte para poder seguir cuidando del resto. Atormentado, sólo consigue redimir su culpabilidad tras un accidente de coche del que milagrosamente escapa con vida.
Hrabal, en una entrevista, dijo sobre esta balada gatuna: "No soy indulgente cuando se trata de profundizar en el sentimiento de culpa. De hecho, cuando en el mundo ocurre algo terrible siento como si lo hubiera hecho yo o me lo hubieran hecho a mí. (...) Puedo ver cómo la gente dispara (...), la guerra, los inocentes, y todos soy yo. E incluso el gato, el gato muerto, soy yo. Cuando veo a un perro atropellado en alguna parte, también soy yo. Es una compasión profunda la que me despierta todo ser vivo".
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