Toda identidad colectiva depende de la fabricación de una memoria en imágenes: visuales, orales, escritas. No se apoya en los hechos, si es que existen, sino en cómo se organizan, se preservan, se representan. La nación, ese invento relativamente tardío, exige a quienes pertenecen a ella que acepten un mito de origen que les diga quiénes son y a qué pasado deben ser fieles, aunque esté basado en exageraciones y delirios. A partir de un penetrante estudio de la “pintura de historia”, género mayor de las bellas artes que en el siglo XIX no tuvo rival como mecanismo de transmisión de ideas, Tomás Pérez Vejo explora aquí la forma en que se inventó la nación mexicana en ese tiempo. En el campo de batalla de los caballetes y los pinceles, de las exposiciones nacionales e internacionales, los pintores que capturaron diversos momentos de nuestra historia —reales o imaginarios— parecieron intuir un ciclo de nacimiento, muerte y resurrección, gracias al cual se idealizó el mundo prehispánico, se lloró la Conquista y se celebró la Independencia. Ese relato de nación, que aún hoy está presente en las escuelas y en el santoral de las celebraciones cívicas, encierra la idea de México como una nación doliente. Gracias a su audaz estudio de las imágenes profanas con las que se ha querido construir una historia sagrada, Pérez Vejo revela en estas páginas los motivos, los autoengaños y las contradicciones que, sea desde el lienzo o desde el poder público, han dado forma a eso que, con más ilusión que rigor, llamamos México.
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