Escribe G.K. Chesterton en Ortodoxia, que la mejor razón para ser progresista y no conservador es que las cosas, de natural, tienden a empeorar. Aunque me atrevería a asegurar que, en lo más íntimo de sí, Rafael Bernal comulgaría con la proposición de su maestro británico, Memorias de Santiago Oxtotilpan es una novela que parece contradecir, en lo que a México respecta, el aserto chestertoniano. En efecto: La novela, contada por el pueblo, a la manera en que lo haría muchos años después Elena Garro en Los recuerdos del porvenir, concluye con aquellos versos de López Velarde en que el poeta confiesa sentirse atrapado en una íntima tristeza reaccionaria. Como si en México, todas las novedades hubiesen sido nefandas. Novedad fue el imperio mexica, como más tarde la llegada de los conquistadores... Y Memorias de Santiago Oxtotilpan se inicia así: "Vino la independencia, entre mosquetes y guitarras, bandadas de caballos, gritos y pólvora que inundaron mi silencio y desgarraron mis calles.
Los hombres de paliacate y calzonera se lanzaban a la muerte al grito de "¡Viva el Cura Hidalgo, a robar a los gachupines!". Este grito, aunque algo más extensivo en su segunda parte, sigue atrayendo considerablemente a mis ciudadanos". Así, hasta llegar a la Revolución, cuando los cambios se suceden de un mes a otro, de un día a otro, y los hombres del campo y de los pequeños poblados deben empezar de nuevo, reconstruirlo todo hasta que no queda otra salida sino la resignada inmigración a las ciudades. Si este es, en principio, el itinerario de la novela, lo que importa resaltar en ella es la prosa de delicados acentos líricos que sustenta la narración y el humor constante que se deriva de las acciones y de la caracterización de los personajes; humor que en ningún momento es grueso sino siempre sutil; humor doloroso porque es el consuelo del justo ante la constatación del mal esparcido en su entorno; humor subversivo porque el novelista, solidario de los humildes y de los pobres de espíritu, los despliega en su cotidianidad azarosa donde inventan mil recursos para sobrevivir y aun sacar alegría de la desdicha.
En Memorias de Santiago Oxtotilpan, Rafael Bernal ha trazado un cuadro de la vida mexicana. El lenguaje del presidente municipal puede ser el del presidente de la República; el del abarrotero del pueblo equivale al de un poderoso industrial de la capital. El vate Godínez, ligado al partido oficial, que ha pasado largos años en México y regresa a su pueblo para poner en práctica la revolución marxista leninista en un poblado donde ni siquiera hay obreros, recuerda, hace presente a tantos jóvenes que, actualmente, repiten en aulas y ateneos la última moda parisiense con un desconocimiento radical de su país.
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