Tres cantos y un epílogo se eslabonan para generar un blasón, una lírica caballeresca, a la manera del "trobador", del "joglar" de Occitania, en el Mediodía francés, donde se genera el concepto cultural del amor y esa lengua románica, conocida como "provenzal" o "lengua de oc", que pronto fue apta para la expresión poética. De manera que frente a la escritura cotidiana, Ismael Betancourt irrumpe en pleno siglo XXI con un mágico ceremonial acústico, sensible en más de un sentido, que articula dos vertientes fundamentales para un mismo enunciado artístico: salmo y expresión singular. Memoria de las hojas revela esa lírica caballeresca, el fine amour, conocido en la historia como amor cortés –aunque la traducción correcta debería ser amor cortesano o, según la expresión de los cantores, el amor de caballero. Un primer libro que, en algunos rasgos, hace más de un guiño, u homenaje, a la tradición hispanoamericana: Paz, Neruda y, sobre todo, Huidobro, emergen de estos versos que van de la sinécdoque y la metonimia, al "trobar clus"de Arnaut Daniel. En este sentido, Memoria de las hojas retoma la rutina bárdica, como lo exigen Graves y Guillaume de Portier, puesto que aquí el poeta le sirve a la musa y el hombre a la mujer.
Óscar Wong
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