La súbita viudedad envalentona al protagonista, que estaba a punto de perder el empleo. Esta euforia le lleva a prescindir de la corbata, a lavar el coche y a decir lo que piensa. Sus jefes le ascienden, aunque para ello tengan que despedir a su mejor compañero, quien le dispara a bocajarro, dejándole inservible. La empresa le compra un cuerpo nuevo de mujer fatal (aunque si muere tendrá que devolverlo). La policía cree que él (ahora ella) ha matado a su mujer. El tirón de su nuevo cuerpo es tan devastador que el protagonista se enamora de sí misma, aunque no logra despistar a la mala conciencia, que le persigue por todas las páginas. Entre tanto los suegros -que se han hecho cargo de los niños- alquilan un holograma (voz opcional) de la difunta esposa. Y eso que aún no ha empezado el capítulo tercero.
Basándose en la frase científica de Francisco Umbral ('La vida interior no existe') y en su propia angustia por no tener un descapotable y una casa en la playa, el autor ha destilado una novela rabiosa y tierna en la que los avances técnicos son carísimos y ni siquiera garantizan la posibilidad de dormir en el lado derecho de la cama. Narrada en primera persona mediante el flujo de rampas cerebrales, esta historia real va a ocurrir de un momento a otro. ¿Por qué esperar a ver las portadas de los diarios de mañana en el telediario de esta noche si puede conocerlo todo ahora?
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