La llamada la despertó a medianoche. Elba Esther contestó inquieta, del otro lado de la línea los secretarios de Hacienda y Gobernación insistían en verla: las negociaciones con el sindicato habían llegado a un punto muerto y el presidente deseaba que se reunieran. La recorrió un mal presentimiento: sabía que podía ser una trampa, pero no le quedaba otra opción. Al día siguiente, abordó el avión privado que la esperaba para llevarla hasta Toluca, de ahí viajaría hasta la capital para desayunar en Los Pinos. Tan pronto tocó tierra, dos oficiales la arrestaron por corrupción.
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