Los sueños de la bella durmiente nos llevan del bosque azul de los simbolistas a los callejones tenebrosos del doctor Caligari (pasando por el castillo embrujado del romanticismo frenético) donde se desplazan los personajes del Emiliano González, con una lentitud que a veces se vuelve exasperante. Sus gestos de sonámbulo y sus ojos nublados por el opio nos trasmiten ese escalofrío gozoso que nuestra literatura creyó relegar para siempre a los tiempos del modernismo. Las fantasías en verso qeu acompañan a los relatos quieren reproducir estados de ánimo específicamente literarios, y la literatura que nutre a estos engendros mal sanos es la misma que envenenó a nuestros abuelos cuando, a fines del siglo antepasado, exploraban los infiernos de una biblioteca.
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