Yo creí que el amor era para siempre. En la terquedad azul del fuego que todo lo arrasa y purifica. Estaba seguro de que la derrota no era parte de mi futuro. Creí que las palabras movían al mundo, que la poesía era la quietud del aceite que alumbra el silencio. Creí en la teoría de los milagros, en el pulso de mi sangre como un puente, en la balanza y el retorno. Desesperadamente creí en nuestros pasos. Hasta que su adiós se llevó mi corazón.
R.N.
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