La preciosa novela de Pedro Carlos Lemus me hizo pensar en este verso de Emily Dickinson, porque se trata de un joven que ha sido educado con rigor en la tristeza. Sus padres —defectuosos, como todos— lo zambulleron temprano en el mar del abandono, la frustración y el despecho. Y ahí —como las heroínas de las telenovelas que adora y como en las letras de las canciones que lo hieren y lo curan y lo hieren— aprendió a nadar con soltura y dignidad.
Así también aprendió a enamorarse: con esa asombrosa habilidad de replegarse antes del golpe. El joven al que ama también lo abandonó, aunque quizá él no lo diría de esa forma. Lo diría de un modo más sugerente y, por eso mismo, más doloroso.
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