Su argumento parte de una negación: no propone un liberalismo del mejor bien, sino el del menor mal. Según la autora, no es posible conseguir el bien y la historia así lo demuestra: múltiples son los casos en los que las poblaciones sufren abusos e injusticias por parte de sus gobiernos. Esto genera miedo en las personas, y de esta experiencia de temor, que es una experiencia universalmente compartida, nace su idea de un liberalismo no utópico.
En esta lúcida y contundente obra, Shklar defiende que –puesto que siempre existirán situaciones de vulnerabilidad– el Estado debe ofrecer las suficientes garantías que permitan a las víctimas potenciales protegerse contra los abusos de poder y, de esta manera, minimizar el inevitable daño (físico o moral) que se pueda ejercer sobre ellas.
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