Cumplir cincuenta años sigue siendo algo inquietante, a pesar del progreso científico, del retraso de la mortalidad y del aumento en la calidad de la vida contemporánea. El escritor Fernando Iwasaki lo comprobó cuando compiló las crónicas que publicó en el suplemento «Laberinto» del diario Milenio y entonces decidió titularlas El laberinto de los cincuenta porque "al releerlas descubrí divertido el típico tono retro, a veces enfurruñado, siempre nostálgico y en cualquier caso amarrido, de alguien que se hace mayor y se desliza ya por el tobogán de la decadencia con cara de haber chupado limón".
Así, divididas en «Vicios», «Achaques» y «Manías», las crónicas de Iwasaki repasan con humor e inteligencia cómo es nuestra relación con el sexo, la lectura, el deporte, la tecnología, los hijos, la educación, los viajes o la política, cuando uno alcanza esa mítica edad que Oscar Wilde nunca vio ni en pintura, aunque Dorian Gray sí se murió de un disgusto cuando la cumplió su retrato. Por eso el gran Julio Torri sentenció: "A los cincuenta años, la vida se va quedando atrás como el paisaje que se contempla desde la plataforma trasera de un coche de ferrocarril en marcha, paisaje del cual va uno saliendo".
Leyendo las crónicas de Fernando Iwasaki descubrimos que al cumplir los cincuenta uno sale del paisaje tan sólo para meterse en un laberinto.
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