La vida alegre, de Daniel Centeno Maldonado es un retrato vívido de la vida de barrio en Venezuela, como dice el autor, “un país dejado al azar”. Los personajes que pueblan esta novela están llenos de rock, de cine y de experiencias. Son sobrevivientes, y como buenos sobrevivientes saben reír y disfrutar del día al día.
«Dalio soltó una risotada que bien pudo escucharse sin el micrófono. Blandió las maracas y creyó ver pasar al fondo de la sala a una virgen María seguida de un tigre.»
Una vieja gloria del bolero y un rockero frustrado se encuentran. Dos formas de ver el mundo convergen en un proyecto tan inverosímil como su sociedad que, esperan, los llevará a las mieles de esa gloria tan escurridiza. A ratos pícaro y cínico, Dalio encontrará en el joven Poli al cómplice de su regreso a los escenarios sin importar los métodos para lograrlo. La vida alegre es la radiografía de una amistad, a la vez que un manual de supervivencia en clave narrativa; es una historia que asienta la importancia de la música para paliar todos los naufragios de la vida misma.
Una vieja gloria del bolero y un rockero frustrado se encuentran. Dos formas de ver el mundo convergen en un proyecto tan inverosímil como su sociedad que, esperan, los llevará a las mieles de esa gloria tan escurridiza. A ratos pícaro y cínico, Dalio encontrará en el joven Poli al cómplice de su regreso a los escenarios sin importar los métodos para lograrlo.
La vida alegre es la radiografía de una amistad, a la vez que un manual de supervivencia en clave narrativa; es una historia que asienta la importancia de la música para paliar todos los naufragios de la vida misma.
«La enloquecida trama concebida por Daniel Centeno Maldonado y sus personajes esperpénticos provocan una saludable mezcla de risa y horror. Sandalio y Policarpio, Quijote y Sancho picarescos de la maraca lenta, la canción romántica y la gloria pasada, nos pasearán por nuestro continente y los seguiremos hechizados por esta escritura vertiginosa que recorre con ácido desenfadado los patetismos de épocas pasadas y, a la manera del gran Bulgákov, retrata sin piedad ciertas realidades latinoamericanas.»
Ana García Bergua
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