Jesusón era un muchacho poco común: gigantesco, fuerte, bondadoso y muy querido en el pueblo; lo mismo sacaba un burro del lodo, que un camión atascado; jalaba una barcaza llena de gente o hacía el trabajo de muchos hombres en el campo.
Los pequeños lo querían por sus nieves que vendía en tiempo de calor y por su mascota, una ardilla “inquieta como un niño travieso”. Pero todo cambió cuando Jesusón conoció a una bella jovencita, “blanca como la flor del ajonjolí”.
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