Anima este ensayo un doble propósito: presentar la obra del pintor Jacob van Ruisdael (1628/29-1682) y definir los rasgos que caracterizan al denominado «paisaje holandés». Puede parecer paradójico que un territorio plano, carente de acontecimientos geográficos visualmente potentes, como montañas, valles, acantilados, cascadas..., que suele estar bañado por una luz ambiental tenue y fría, se haya convertido en un motivo de representación capaz de originar un género de pintura nuevo: el paisaje.
Como opinaba Eugène Fromentin, Ruisdael es "el pintor que más noblemente representa a su país", llevando a su plenitud un tema novedoso: las vistas de territorios en las que el ser humano no aparece como protagonista, ya que su presencia ha quedado subordinada al paisaje, que se ha convertido en el asunto o tema principal del cuadro. Con el surgimiento del paisaje como género autónomo, aparece por primera vez en Europa un arte laico que se apoya en un sentido estético de contemplación desinteresada, desde el que se puede apreciar lo pintado con independencia de los temas programáticos. La grandeza de estas obras consistió en que muestran la tranquila belleza de lo cotidiano, dando así un significado visual a lo socialmente insignificante.
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