«El perro, muy señor mío, ¡es inmortal! No se mueren más que los que lo saben. Hermes no tiene conciencia, ignora el final, igual que el bosque no sabe nada de la serrería», reflexiona el dueño de Hermes, un setter inglés, con otro anciano en el parque. Ajeno también al drama de su amo, Bendicò, el moloso de Don Fabrizio, trota alegremente por las páginas de El Gatopardo. A pesar de llevar años junto a sus nuevos amos occidentales, los antiguos perros guardianes del Muro de Berlín se obcecan en seguir el recorrido de su antigua ronda cada vez que regresan adonde un día se levantó aquella muralla. Boatswain, el perro de Lord Byron, desconoce la noción de posteridad, pese a haber pasado a ella y César, un precioso caniche real, nunca pudo sospechar su inminente abandono aquella tarde navideña del París de los años setenta.
Libres de toda trascendencia, los perros de estas 71 microhistorias iluminan, con gran lirismo y lucidez, las complejidades del mundo de sus dueños. Magníficamente traducido por Ángel Pérez González, La inmortalidad de los perros ha sido Premio Nacional de Narrativa Griega.
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