Una mujer que camina por el subterráneo de Nueva York tiene extrañas visiones que parecen ser fantasmas. Hay uno en especial que cree reconocer, el de Gilberto Owen. A su vez, el escritor mexicano alcanza a ver a una chica de enormes ojeras que lo ve desde su convoy. La vida de ambos está unida por su paso diario en el segundo metro más viejo del mundo. Los túneles y las lecturas son las que entrelaza sus vidas y lo que finalmente acabará fundiendo sus voces en una.
Valeria Luiselli sorprende al panorama literario mexicano con esta su primera novela, cosechando de inmediato elogios, lo mismo de compañeros de generación que de escritores veteranos como Guillermo Sheridan. Luiselli se aleja de los temas que últimamente han inundado la literatura mexicana: el narcotráfico, la violencia, la denuncia social o el realismo sucio seudobukowskiano. Su narrativa, por lo tanto, viene a dar aire fresco a las letras nacionales.
Luiselli cuenta de manera fragmentaria la vida de una ella, que no es ella, de un alter ego que viaja de un tiempo a otro. En un instante estamos en Nueva York poco después de la fiebre Roberto Bolaño, en la que todo editor que se preciaba buscaba algún latinoamericano explotable para el mercado norteamericano. En otro momento estamos en la vida conyugal de una escritora que intenta seguir adelante con su novela. Sin previo aviso estamos en la piel de Owen y totalmente imposibilitados de soltar el libro.
Valeria cuenta con dos herramientas que nos hacen disfrutar su prosa: su humor y su muy acuciosa mirada de la vida cotidiana. Gracias a esto sus diálogos son incisivos, reales, gozan de una musicalidad y de una inmediatez que nos arrancan una sonrisa para después llevarnos a la reflexión sobre ese pedazo de exitencia.
Luiselli sabe ver en lo imperceptible, en lo rutinario, la épica literaria. La revisión de su original por parte de su marido, las sombras en el metro, las relaciones precarias de sus amigos, las preguntas inocentes de sus hijos, todo va conformando una galería de personajes que recuerdan seres que tuvieron corporeidad pero que ya no están, fantasmas del futuro, como los señala uno de los personajes, entes ingrávidos que nos dejan con la sensación de que la novela tiene más de una lectura.
Reseña escrita por Iván Farías, El Péndulo Polanco
¿Cuántas vidas y cuántas muertes son posibles en la existencia de una misma persona? Los ingrávidos es una novela sobre existencias fantasmales; una evocación, a la vez melancólica y llena de humor, sobre la imposibilidad del encuentro amoroso y el carácter irrevocable de la perdida. Se lee con la emoción trepidante que genera una escritura ágil, aguda, a ratos francamente iluminada, pero que no renuncia nunca al cuidadoso cuestionamiento y disección de los valores del mundo contemporáneo.
Dos voces componen esta novela. La narradora, una mujer del México contemporáneo, relata sus años de juventud como editora en Nueva York, en los que el fantasma del poeta Gilberto Owen la perseguía por el metro. El narrador, un Owen al borde de la muerte, recuerda su juventud durante el Renacimiento de Harlem a finales de los años veinte, donde participaba –a veces a regañadientes, otras con alegre socarronería– de la vida literaria neoyorquina, al lado de escritores como Louis Zukofsky o Federico García Lorca. Ambos narradores se buscan en el espacio insondable de los trenes subterráneos, donde viajaban en sus respectivos pasados.
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