El par problema/solución determinó la historia del nombre judío en Europa. El nazismo no hizo más que desplegar la última de sus formas. Europa no puede afectar ignorancia. En el espacio que dominaba Hitler, es decir, sobre la casi totalidad de la Europa continental, el exterminio de los judios se cumplió. Lo que los expertos políticos de 1815 tenían por un problema difícil de resolver, se disipó en humo. Las cosas serias podían comenzar. El camino está hoy recorrido. Europa está presente en el mundo, hasta el punto de arrogarse misiones. Una entre otras: hacer reinar la paz entre los hombres de buena voluntad. De estos últimos, sin embargo, los judíos no forman parte. Pues llevan sobre sí la marca imborrable de la guerra. Europa, heroína de la paz en todas partes, sólo puede desconfiar de ellos, estén donde estén. Sólo puede ser profundamente antijudía. Los portadores del nombre judío deben interrogarse. Desde la era de la Ilustración, se pensaron en función de Europa. La persistencia del nombre judío a través de la historia, la continuidad de los odios que despertó, todo eso debía encontrar una explicación cuyos términos fueran aceptables para Europa. Si esta cayó en un antijudaísmo de estructura, es preciso replantearlo todo desde el principio. ¿Cómo persistió el nombre judío? Gracias a un soporte a la vez material y literal del que Europa no quiere saber nada: la continuidad del estudio. ¿Cómo continuó el estudio? Por una vía de la que Europa no quiere saber nada: la decisión de los padres de que su hijo vaya hacia el estudio. ¿Por qué el odio? Porque, en última instancia, el nombre judío, en sus continuidades, reúne los cuatro términos que la humanidad del futuro desea vaciar de todo sentido: hombre/mujer/padres/hijo.
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