Francisco Carpintero Benítez describe uno de los momentos más relevantes de la historia de México durante los años finales del siglo
El movimiento de los cristeros es poco conocido fuera de México, y tuvo sus precedentes en el siglo XIX y un fuerte auge en el XX. Comenzó en México como reacción de los católicos ante la prohibición de practicar públicamente sus tradiciones y su fe. Para entonces, la mayoría mexicana era católica por convicción, gracias a la presencia española.
Al lograr la independencia, la masonería anglosajona impulsó en México un movimiento laicista y abiertamente anticlerical con el que pretendía hacer depender a México, política y económicamente, de Estados Unidos. Para esto, la clase política debía unirse a la logia dominante. Las leyes de Lerdo de Tejada, hacia la mitad del siglo XIX, dispararon la política anticatólica: cerraron centros de enseñanza religiosa y quitaron los confesionarios en las iglesias. Al verse privados de su libertad, católicos de todo el país se organizaron como una oposición armada y fue reducida militarmente.
Más tarde, Carranza, Obregón y Elías Calles impulsaron leyes mucho más restrictivas y se marcó un límite al número máximo de sacerdotes que podía haber en cada zona. El presidente Calles creó lo que llamaría la Iglesia católica mexicana. No tuvo éxito, pero puso a los católicos en una situación delicada y sin protección de parte de los obispos, quienes vivieron todo esto con actitud diplomática. Surgió entonces un nuevo rearme y, en paralelo, la Liga para la Defensa de la Libertad Religiosa, precursora del posterior movimiento cristero. Esto, a pesar de su inicial rechazo a la violencia. La insurgencia comenzó en 1927 con mayor fuerza en zonas rurales. En total, duró tres años y acabó con la vida de miles de mexicanos de ambos lados de la contienda. Para alcanzar la paz, los cristeros confiaron en las promesas incumplidas de los federales, y muchos de ellos fueron fusilados.
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