La biblia es un enjambre de libros. De sus páginas se desprenden todas las tramas posibles, atrayendo a escritores tan distintos como Pär Lagerkvist, José Saramago, Amélie Nothomb y Emmanuel Carrère. David Robledo se suma aportando su cuota de confusión a los linderos entre la verdad histórica, la verdad teológica y la ficción lúcida para entender los alcances de la palabra como origen de todos los malentendidos.
Dos hermanos se disputan el protagonismo de esta historia. A lo largo de la novela, se turnarán para rearmar la épica de una familia que tuvo su cenit en la locura y desde entonces solo se desbarranca, empujada por tropiezos de mentiras y relatos truncos. En simultánea, y al mejor estilo de la omnipresencia todopoderosa, suceden todas las guerras y todas las treguas, que permiten el avance agonizante de un país niño, que apenas aprende hablar.
El autor se detiene en los instantes concluyentes para la vidas minúsculas de todos los implicados. Desenvuelve los detalles para entender cómo transita la sangre, su pulso en un momento determinado, y convierte ese temblor en un cuento que cualquier familia podría contar, como si fuera propio. Este paisaje nuestro aparece como un estado del alma, un destino argumental; una tragedia y una comedia, que encuentra en las referencias a la matriz bíblica y la vida fatídica del mesías, la oportunidad de recordarnos que todas las historias se enredan siempre en el mismo nudo.
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