Los cantos de Balam Rodrigo provienen de las raíces profundas de la tierra, tienen la altura de las milenarias ceibas, la música del hormigo, de los ríos, de los vientos; están hechos con la sabiduría que dan el conocimiento y la contemplación del corazón de las cosas. Los hallazgos del poeta, la mirada compasiva sobre la herrumbre, sobre los agónicos destellos de una humanidad que construye espejismos a la medida de su vanidad, para tratar de detener el derrumbe, son, al mismo tiempo, zarzas enfebrecidas que se trepan en el lomo de la noche, agujas de luz que trepanan los sentidos.
La palabra es milagro, patria; la poesía, divinidad, universo; en ella se juntan fuerzas majestuosas y terribles; tormentas y arcoiris; flores negras en la cresta de la selva y girasoles en la Vía Láctea; el paraíso en el rubor de las hojas que se cierran al sentir la mirada del hombre y el pez de fuego que nunca duerme; abismos inescrutables y luz en los ojos de agua, llanto de la tierra; todo es poesía: la piedra, memoria de la humanidad; la savia, bullicio de los laberintos; la clorofila, metáfora verdeazul, hierbamora, mielañil; la sangre hecha palabra.
La palabra es llama; fuego, la poesía, camino de luna en la infinita noche. La palabra revela; la poesía se descubre. La palabra esgrafía el encausto; la poesía sale de la capa que la cubre; de las más misteriosas capas de la creación salen la luz, el color, la flor. Magia, asombro, arrobamiento, la poesía es indescriptible, porque el mundo también es inabarcable. Sin embargo, al descubrir un verso, se descubren vetas de diamantes que nos acercan mundos de las galaxias más insospechadas en nuestra imaginación.
El campo de algodón en flor es una hoja de papel. Coge nuestra mano la bellota de luz: una nube se abre para que el sol bese el suelo. Brinca el chapulín entre el monte seco: el filo de sus alas rompe el silencio oloroso. Cortamos un mango de sol: el oro se devela néctar divino. Desgajamos una mandarina: rayos de sol y lluvia encapsulada anidan en nuestras manos.
Por eso, al no cumplir nuestra encomienda de cuidar la palabra, de atrapar la poesía cuando llega como relámpago, no ayudamos en la construcción de nuestra salvación, de nuestra paz, de nuestro gozo.
Todo esto lo saben los pájaros, las voces que habitan el libro de Balam Rodrigo, cohélet de todos los tiempos que entrega su alma en sus versos, porque éstos son su esencia, su ser.
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