Nada de lo que hacía antes me gusta, ni ver al vampiro, ni platicar con Sofía. Desde que se formó la pandilla, no hay nada fuera de ella. Allí todos somos alguien. Pienso en lo difícil que es crecer y aprender a estar solo. Y ahora que estoy sentada a horcajadas sobre el pecho de Luis y sostengo en la mano una piedra. Sí, una piedra que me quema como un carbón encendido y me chamusca la piel, ya no puedo detener el tiempo, ni las ganas: soy esta piedra y soy una lechuza.
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