Paul Gauguin (1848-1903) no estaba hecho para las finanzas. Tampoco duró mucho en la marina francesa, ni como vendedor de carpas en Copenhague porque no sabía hablar danés. Empezó a pintar en su tiempo libre en 1873, y en 1876 participó en el Salón de París. Tres años después, exponía junto a Pissarro, Degas y Monet.
Vehemente y gran bebedor, Gauguin solía autoadjetivarse como “salvaje”. Su íntima pero agitada amistad con el también temperamental Vincent van Gogh llegó a su clímax con un incidente violento en 1888, cuando Van Gogh se enfrentó supuestamente a Gauguin con una navaja de afeitar y más tarde se cortó la oreja. Poco después, tras completar una de sus obras maestras, La visión tras el sermón (1888), Gauguin se trasladó a Tahití con la intención de escaparse de “todo lo artificial y convencional” del mundo.
La alegría sin límites que Gauguin encontraba en la naturaleza de Tahití, en la gente de la isla y en las imágenes figurativas impregnó una prolífica producción de pinturas y grabados. En obras como Muchacha con una flor (Vahine no te Tiare, 1891) y Dulce ensueño (Nave Nave Moe, 1894) desarrolló un estilo distinto, primitivista, que destilaba sol y color. Fiel a una sensualidad exótica, sus pinceladas se concentraban especialmente en las curvas de las mujeres tahitianas.
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