Spinoza afirmaba que nadie puede saber lo que puede un cuerpo, Ana García Bergua se pregunta, en cambio, qué es lo que puede un fantasma. Qué puede cuando abandona un cuerpo pero sigue necesitando comunicarse con quienes sí lo tienen, qué sucede si sigue queriendo moverse por la ciudad en la que vivía, qué consecuencias produce su intento de transmitir sus afectos; en suma, qué pasa con su deseo: ése es el fuego que arde en Fuego 20.
En el Distrito Federal a principios de la década de 1980, dos historias corren en paralelo. La de Saturnina, una muchacha ingenua y convencional pero que un día decide llamarse Ángela para poder meterse a curiosear en Fuego 20, una mansión del Pedregal que está en venta. Con esa travesura, Saturnina suspende sus temores y sus prejuicios y se convierte en Ángela, una joven atrevida, trepadora y falaz.
En contrapunto a esta historia sorprendente y entretenidísima, vamos sabiendo de Arturo, quien ha venido de Xalapa a la capital para estudiar Medicina pero ha abandonado su carrera. Cuando lo conocemos su vida consiste en sacar sangre en un laboratorio, pero su rutina cambia y se complica cuando sospecha que su amigo Rubén puede estar entre las víctimas del incendio de la Cineteca Nacional.
Por los días de la nacionalización de la banca, Saturnina y Arturo se encuentran. Pero su encuentro no sucede de la manera en que las comedias románticas nos han habituado a esperar. Antes y después, las sorpresas se suceden sin pausa...
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