La crítica de la crítica literaria no impugna, pero ve con escasa simpatía el elogio directo, acaso porque lo juzga tautológico o ancilar de otras actividades y funciones; acaso porque el fantasma de la "objetividad" adivina otra concurrencia; acaso, inútilmente, porque ha impuesto ya el filtro de la incredulidad, la válvula velar del escepticismo. Es necesaria una estrategia menos virtuosa que obtusa para vulnerar ese mandato tácito o sus tentaciones alternativas y seguir adelante. Barthes, estratega eximio, buscó a veces la delicadeza del paralelismo improbable, que equipara silencios acústicos inteligentes (Richter) a blancos activos en la página (Benveniste); Feiling, que se decía sordo, ciertos pudores de Watteau a los laconismos de Julio Casares. Al revés de ellos, sin asistencia de gracia alguna, arriesgo que algunos atisbos de Gusmán, abismales, se parecen a Gourmelin.
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