Cerca de cumplir 40 años, Renata inicia su marcha lenta hacia el deterioro a pesar de que su matrimonio marcha sobre ruedas y de que disfruta del éxito profesional. De entre las noticias que anuncian la madurez, ni las arrugas, ni la insufrible rutina revestida de normalidad, ni la cada vez más frecuente propensión a llorar, ni los traspiés de su belleza física son tan amenazantes como la maternidad, o, mejor dicho, su ausencia. Esta ausencia, contra la que nada puede la ciencia médica, precipita una serie de interrogantes que amenazan con destruir la ordenada vida de Renata.
Con Esa otra orfandad, su debut como novelista, Gabriela Couturier saca a flote las contradicciones de una generación que supo plantarle cara al machismo y a los conservadurismos sociales pero no a sus propios demonios. Su voz es dolorosamente femenina, es decir, rabiosamente anti doméstica, recoge briznas, señales diminutas de un mundo interior que se enriquece cuanto más reconoce sus miedos. Tenemos más de una historia, persiste en sugerir Esa otra orfandad. Deberíamos de saberlo antes de coquetear con la posibilidad de bajar los brazos.
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