Envuelto en esta herencia nos llega el tiempo. La palabra de José Emilio Pacheco nos lega su tiempo, la sucesión modesta de lo que vivió. Pero al recuperarse en su palabra, este tiempo deja de ser meramente anecdótico y crece; se vuelve inmenso. Es tiempo reflexivo y convierte el instante en parte de la historia; es tiempo imaginativo y hace que en la historia se abra el haz de las versiones que no ha cumplido, pero sin dejar nunca de ser tiempo precioso porque aunque se recuerde con tierna minucia, no puede recuperarse: cómo volver a ese lugar que ya no está. Imposible encontrarlo.
A José Emilio Pacheco le habla la memoria, pero también se le revela la naturaleza mediante una observación penetrante, paciente, al mismo tiempo terrible y maravillosa: el erizo nunca se ha visto. No se conoce a sí mismo. En su poesía la naturaleza no es algo que esté más allá de nosotros sino que, como el tiempo, nos incluye, y como la historia, nos juzga. La ética no es un invento filosófico, es la consecuencia del rigor poético.
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