Pasen, vean y también lean. No tengan miedo. Este es un mundo fascinante, tenebroso y, en gran medida, desconocido: los legendarios resurreccionistas, las bandas de ladrones de cadáveres que exhumaban de los cementerios para luego vendérselos a anatomistas y cirujanos. Estamos en los días de la primera medicina y se vive un gran afán por descubrir los enigmas alrededor del cuerpo humano. Las calles no son lugares seguros. Tampoco los cementerios, que podían ser visitados por los hábiles resurreccionistas, que pertenecían al más bajo escalafón del hampa y el submundo criminal de ciudades como Londres o Edimburgo. Los anatomistas, rodeados de alumnos, se reunían en grandes salas de disección que debían ser nutridas con cuerpos y más cuerpos, tantos que entraron en contacto con la criminalidad, llegándose incluso a firmar contratos. Su fama les precedía: eran capaces de enfrentarse a tiros a vigilantes y policías y, cuando eran detenidos, se exponían a la pena de muerte o al linchamiento popular. Los cuerpos debían ser lo más «frescos» y enteros posibles, jugándose la vida a cambio de dinero e incluso, en caso de que fuesen atrapados, sus clientes, respetados doctores, se comprometían a hacerse cargo de sus familias. Pero eran imparables, y los cementerios reforzaron su vigilancia e incluso se idearon sofisticadas trampas, que incluían increíbles armas y mecanismos ocultos en el interior de los ataúdes, accionándose en caso de que estos fuesen forzados. O los llamados «mortsafes», ataúdes de seguridad reforzados de hierro.
Diario de un resurreccionista. Una historia secreta e ilustrada de los ladrones de cuerpos y los anatomistas, es una obra única. Además de dedicar sus páginas a aquella antigua generación de anatomistas y la ciencia experimental, recoge el único diario, absolutamente real y auténtico, de un resurreccionista que firmaba como «N» —que no era otro que Jack Naples, líder de una de estas bandas— y editado en 1896 por James Blake Bailey para la Biblioteca del Real Colegio de Cirujanos. El diario, escrito entre 1811-1812, nos cuenta, con todo tipo de detalles, las aventuras en el arte del pillaje más abyecto en un Londres brumoso y aterrador: «Borrachos todo el día. Por la noche salimos y conseguimos 5 en Bunhill Row. Jack casi enterrado», puede leerse en una de sus entradas. O esta otra: «A las 3 de la madrugada nos levantamos y fuimos al cementerio del Hospital donde conseguimos 5 grandes». Y también: «Fuimos al St. Thomas. Volvimos, empaquetamos 2 grandes y 1 pequeño para Edimburgo». Lo siguiente sería convertirlos en inmortales a través de la literatura y el cine, con obras universales como Historia de dos ciudades de Charles Dickens, Frankenstein, de Mary W. Shelley, El ladrón de cadáveres, de Stevenson y, por supuesto, el clásico de Robert Wise El ladrón de cadáveres, entre muchas otras.
Pasen, vean y también lean. No tengan miedo. La muerte no es el fin.
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