A lo largo de su existencia, los hombres experimentan un deseo irrefrenable de trascendencia, que históricamente ha recibido el nombre de «Dios». Y sin embargo, en distintas épocas esta constatación se ha vuelto conflictiva, hasta el punto de poner bajo sospecha la posibilidad de alcanzar con el conocimiento algún aspecto de esta Realidad última.
La filosofía, sin embargo, se ha caracterizado desde el principio por su afán irreductible de abordar cualquiera de las cuestiones decisivas que brotan del corazón humano. Por este motivo, cada época se ha esforzado por encontrar itinerarios verdaderos que conduzcan a Dios o por desenmascarar aquellos que son falsos.
El deseo y la memoria, junto a la vivencia del sufrimiento que suele golpear al ser humano en algún momento de la vida, se han revelado como lugares privilegiados desde los que reflexionar a fin de hallar sentido a la existencia.
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