Habrá lectores que piensen que más valdría interesarse por el derecho del hombre y dejar tranquilo a Dios. Pero ¿y si la suerte del hombre se encontrara inseparablemente unida a la del Absoluto?
Escrito con el brío de un manifiesto filosófico, este libro se enfrenta a la lógica implacable de la Modernidad, cuya afirmación inicial: «Dios ha muerto», conduce a una segunda: «El hombre lo ha reemplazado». Pero si Dios ha dejado de existir y el hombre ocupa su lugar, ¿no habrá firmado este su sentencia de muerte? De hecho, reconocerse a sí mismo como absoluto conduce a la frustración ?que nace de ser incapaz de resolver los problemas que le plantea la realidad? y, en último termino, a su propia disolución. Para justificar esta tesis, Bruaire llama al estrado a Ockham, Descartes, Spinoza, Kant, Rousseau, Feuerbach, Marx y Nietzsche, cuyos argumentos discutirá ante el tribunal de la razón.
Si lo anterior es cierto, la existencia humana se encuentra íntimamente unida a la definición que se hace de Dios y a su relación con él; no en vano, considerar a Dios como un falso problema lleva consigo relativizar la verdad misma del hombre.
Resolver adecuadamente la causa de Dios es, en definitiva, resolver el problema radical de los seres humanos.
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