En agosto de 1592 arriban al monasterio de Úbeda un alguacil y sus dos ayudantes, con la secreta encomienda de trasladar el cuerpo de fray Juan de la Cruz, el gran poeta y místico carmelita, muerto el año anterior, a su morada final en Segovia. Cuando al exhumarlo lo hallan «incorrupto y tan fresco como cuando murió» se produce un fervor extático por el cuerpo del fraile, que sólo es liberado para su peregrinaje, meses después, a cambio de que una pierna o un brazo, las fuentes discrepan, permanezca en Úbeda. A lo largo del camino suceden toda clase de aventuras e infortunios, con personajes que parecen extraídos de gestas mitológicas, pues no sólo es el cuerpo un codiciado objeto de deseo o fervorosa devoción –como si fray Juan, que en vida fue un gran seducido, tras su muerte se hubiera convertido en don Juan o el gran seductor–, sino que la historia narrada por Luis Felipe Fabre se entrelaza magistralmente con los versos del fraile, como si en ellos hubiera profetizado el delirio que circundaría a su propio traslado póstumo.
Declaración de las canciones oscuras es una obra de suma originalidad, donde Fabre ha conseguido capturar tanto el lenguaje y el tono como la mentalidad de la época en que transcurre la historia, al tiempo que le imprime un carácter muy actual, volviendo a contar el mito de fray Juan de la Cruz en clave contemporánea. Para ello, se vale de un registro que lo mismo roza la delicadeza poética del fraile carmelita, que utiliza el humor y el sentido del absurdo para envolver al lector en una historia que en sus manos deviene atemporal, contagiándonos del deseo místico –o no tan mísitico– que recorre de principio a fin esta prodigiosa novela.
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