Había una vez un escritor que defendía que el mundo real convivía con el mundo de la transcendencia. Lo plasmaba en cuentos de hadas en los que no tenía por qué necesariamente mencionar hada alguna sino ser relatos donde “el hombre es capaz de inventarse un pequeño mundo propio, con sus propias leyes, (…) cuando son meras invenciones, no importa cuan hermosas, yo las llamo obras de la fantasía”. Su nombre era George MacDonald.
George MacDonald nació en un pequeño pueblo escocés rodeado de bosques —semilleros de leyendas— en una época en la que la imaginación, los mitos y el exotismo del romanticismo aún reciente, dejaban abonado el terrero para que occidente recibiera con los brazos abiertos sus cuentos y los de sus contemporáneos: Lewis Carroll, Charles Dickens o Robert Louis Stevenson, entre otros.
Las peripecias de la princesa hechizada a la que privaron de gravedad, los muchachos que escaparon de uno de los pocos gigantes que comía niños, corazones descomunales, escaleras interminables, consejos enigmáticos, arañas bondadosas y un sin fin de personajes mágicos y de paisajes hermosos llenan este compilado de la editorial Atalanta, en el que se reúnen ocho de sus cuentos, una pequeña biografía a modo de prólogo y su fascinante ensayo “La imaginación fantástica”.
Pocos son los escritores que son admirados declaradamente por sus colegas, como es el caso de MacDonald por Mark Twain, J. R. R. Tolkien, John Ruskin o Lewis Carroll. “Cuentos de hadas para todas las edades” es una gran oportunidad para ampliar el espectro de nuestros referentes fantásticos con el suplemento de una pluma cargada de sensibilidad y honestidad. Como él mismo declara: “la belleza es la única vestidura para la verdad. Y puedes, si así lo deseas, llamar imaginación al sastre que corta las prendas, y fantasía a su ayudante”.
Reseña escrita por Xana Sousa, El Péndulo Comunicación
Pocos autores dejan tras de sí una estela de admiración en otros escritores. Lewis Carroll, John Ruskin, Mark Twain, J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis profesaron a George MacDonald su más alta consideración. Amigo de Dickens, Tennyson, Wilkie Collins, Thackeray y Walt Withman, quizá su relación más prolongada y fructífera fue la que mantuvo con Lewis Carroll, quien, gracias a su consejo y a la entusiasta lectura de sus hijos, se decidió a publicar "Alicia en el país de las maravillas".
Poeta vidente, como entiende la tradición escocesa y céltica, creía en un mundo más allá de lo percibido por los sentidos, en donde todos los seres de la naturaleza –animales, flores y árboles…– tienen alma. Sus lectores son todas aquellas personas que aún no han perdido la inocencia: «No escribo para los niños, sino para todos aquellos que son como niños, ya tengan cinco, cincuenta o setenta y cinco años».
Este libro, que empieza con un espléndido ensayo sobre «La imaginación fantástica», recoge sus mejores cuentos de hadas.
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