Una muchacha tiene una corazonada: la de que debe, por ejemplo, viajar hasta el enamoramiento cabalgando un cómic o un cuadro o una lengua prehistórica. Una muchacha que recorre estas páginas, que habla por ellas, y a la que llaman la Corazonada: también la Comeflores, la Robaperlas o la Chica de las pitayas. Presentimiento y alias, sustantivo y epíteto: por activa y por pasiva, pasión.
Los poemas de Corazonada se preguntan por el amor y el lenguaje, y si acaso son lo mismo; cómo se juntan el amor con el amor, y las palabras con las cosas. Lo plantean desde la fantasía, que Berta García Faet —ya una de nuestras grandes poetas de hoy, referente luminoso más allá de cuestiones generacionales y barreras geográficas— entiende aquí como una dimensión oblicua y soñadora de la filosofía.
Los métodos son variados: se puede patinar por la infancia, o meter a todos los chicos besados desde 1999 en una misma habitación, reseñar libros cuyos títulos cambian según el día… y buscar novelas en las etimologías, o animales en las metáforas, o la vida en la muerte, o verdades en las erratas. Corazonada lamenta, duda, celebra, admite y no admite, se acurruca, todo al mismo tiempo: un triunfo de la imaginación.
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