Díaz Villanueva, Fernando / Garín, Alberto
Pocos acontecimientos históricos son tan conocidos como la Revolución Francesa, y, al mismo tiempo, tan poco entendidos.
La historia se aceleró durante la última década del siglo XVIII en Francia y sus consecuencias no tardaron en afectar a todo el mundo gracias a Napoleón Bonaparte, el más ilustre de los hijos de la revolución. Los dos siglos posteriores son inexplicables sin esta convulsión que encontró infinidad de imitadores en todas las latitudes. Precisamente por esto último, la Revolución Francesa ha terminado adquiriendo la categoría de mito fundacional del mundo contemporáneo, una suerte de compendio de todo lo bueno y noble que habita en el alma humana. Como tal se la trata y eso imposibilita su comprensión. Para muchos, la revolución representa el bien absoluto y todo lo que se aleje de ella es el mal sin ambages. Pero esa revolución no la hicieron dioses, sino hombres de carne y hueso movidos a menudo por la soberbia y la venganza, cuando no por bajas pasiones e ideas equivocadas. Todo junto configuró un momento histórico excepcional que hizo saltar por los aires el mundo tal y como se conocía, pero, no necesariamente, para alumbrar uno mejor.
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